El sistema educativo español está sostenido dificultosamente por una ley que, desde el comienzo de la Transición, hace ya 30 años, ha ido cambiando de nombre y de contenido mediante sustanciales reformas, enmiendas y modificaciones: LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE… demasiados nombres para una misma cosa. Muchos cambios y, total, para venir a ser lo mismo. Esta ley, tras pasar por tantas manos, ha perdido toda credibilidad y nos ha llevado a la cola de la UE en materia educativa.
Se pone patas arriba lo acordado en la anterior legislatura. Aparecen ideas innovadoras que aportan pobres resultados. Cambian los gobiernos y aparecen nuevos criterios educativos que auguran una nueva época. Pero todo queda en palabras, ya que pese a todos estos cambios legislativos no se han alcanzado varias cuestiones básicas para cualquier sistema educativo: estabilidad de los modelos y una financiación adecuada.
Frente a todo esto, se levanta una dura realidad: masificación, clases impartidas en barracones, miles de alumnos intentando recuperar en septiembre asignaturas pendientes en el tiempo récord de tres días, corrección apresurada de exámenes… Todo esto sin hablar del acoso, el fracaso en las notas o el absentismo, presentes en el día a día de los centros.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhligyWvv451g5aeIy3WWqExZMjBaMRrWjXZkPnirYos9Xj9ghNuWH6BsEATdTSxjT2QKrNPoCal8Tt63vckPX-FB7FUTDIXBJWYl03npWp0vSfwZ_66m19TzYOKlwnqo2-iO-d90sZg6G2/s320/educacion_.jpg)
Por una parte, los partidos políticos utilizan el debate sobre la escuela para dar rienda suelta a la confrontación partidista. Es preciso que los políticos dejen de utilizar la escuela como campo de batalla, abandonen sus enfrentadas posiciones ideológicas sobre el modelo educativo a implantar y se centren en “salvar” consensuada y conjuntamente la enseñanza. Más que discutir sobre Religión o Humanidades, urge solucionar las deficiencias y atender a las carencias y necesidades de los centros educativos. La inversión pública en educación es insuficiente. Se trata de invertir más -allá donde hay mayores necesidades- y, sobre todo, de invertir mejor.
Por otra parte, la escuela ha de ser un instrumento de socialización del conocimiento. Pero la socialización de la enseñanza no puede entenderse como igualación a la baja -principalmente forzada en centros públicos- que estrangule el fomento de la excelencia. La escuela debe ser un lugar abonado para el mérito, la excelencia y el esfuerzo intelectual, no para un igualitarismo que recorta las potencialidades de los alumnos mejor dotados.
Además, a la escuela hay que exigirle que cumpla su misión: favorecer e incentivar la adquisición de conocimientos. Pero no se le puede cargar con responsabilidades que nunca pueden ser de su competencia. La educación empieza en casa. No podemos caer en el engaño de que la educación es tarea única y exclusiva del profesorado. Los niños deben acudir al colegio desayunados, duchados, peinados, vestidos y educados. Los padres no pueden pasar olímpicamente de esta responsabilidad.
Hablemos ahora de los profesores. Dejando de lado el hecho de que, como en cualquier oficio, los hay apasionadamente vocacionales y mínimamente cumplidores y que proliferan estos últimos, a muchos de ellos no les satisface ni lo de antes ni lo de ahora. Anhelan un término medio, un punto de equilibrio que nadie ha logrado aplicar. Dos épocas distintas, dos modelos opuestos.
El de antaño, excesivamente severo y el actual, exageradamente permisivo. Hay que recuperar el papel del profesor como transmisor de valores y conocimientos; pues los maestros no son colegas de los alumnos, sino los adultos que deben conducirlos por la senda del saber y por el camino del respeto a las normas que hacen posible la convivencia. La autoridad del profesor en el aula es un principio básico sin el cual no puede funcionar la educación. No se trata de volver al autoritarismo de los tiempos pasados, cuando la dictadura tenía su reflejo en las aulas. Sino de eliminar las agresiones, los insultos y el más mínimo acoso al que en ocasiones se ven sometidos por sus alumnos y, aunque parezca mentira, también por los padres.
Por último, cabe recordar que la educación es un arte, no una tarea burocrática. Y, actualmente, la burocracia le ha ganado el terreno al arte de educar. Señores políticos, la educación no es ningún juego en el que cambiar las normas según convenga, empiecen a tomársela en serio.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiI35ifG99dLLZ6V09-b7PPgR_9CmPbCBGiHyKISAbq16MuYKZVw2fzUUXR-6kquZLUZoWAC7CUS7fmdwulxMLdF0egVZzx6MG-zemLmCWaN8Pqu7q6R475hCmgrtOHKkzpgvSNO19CiUZ4/s200/10123_05.jpg)
Frente a todo esto, se levanta una dura realidad: masificación, clases impartidas en barracones, miles de alumnos intentando recuperar en septiembre asignaturas pendientes en el tiempo récord de tres días, corrección apresurada de exámenes… Todo esto sin hablar del acoso, el fracaso en las notas o el absentismo, presentes en el día a día de los centros.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhligyWvv451g5aeIy3WWqExZMjBaMRrWjXZkPnirYos9Xj9ghNuWH6BsEATdTSxjT2QKrNPoCal8Tt63vckPX-FB7FUTDIXBJWYl03npWp0vSfwZ_66m19TzYOKlwnqo2-iO-d90sZg6G2/s320/educacion_.jpg)
Por una parte, los partidos políticos utilizan el debate sobre la escuela para dar rienda suelta a la confrontación partidista. Es preciso que los políticos dejen de utilizar la escuela como campo de batalla, abandonen sus enfrentadas posiciones ideológicas sobre el modelo educativo a implantar y se centren en “salvar” consensuada y conjuntamente la enseñanza. Más que discutir sobre Religión o Humanidades, urge solucionar las deficiencias y atender a las carencias y necesidades de los centros educativos. La inversión pública en educación es insuficiente. Se trata de invertir más -allá donde hay mayores necesidades- y, sobre todo, de invertir mejor.
Por otra parte, la escuela ha de ser un instrumento de socialización del conocimiento. Pero la socialización de la enseñanza no puede entenderse como igualación a la baja -principalmente forzada en centros públicos- que estrangule el fomento de la excelencia. La escuela debe ser un lugar abonado para el mérito, la excelencia y el esfuerzo intelectual, no para un igualitarismo que recorta las potencialidades de los alumnos mejor dotados.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg6zh2QQBS6Q8DvXleSFTuAMxjgb15um10H5WvZTRBYIdQid9B9qCyWD3cmRJBYspSuKAzozIljems-O3FFGNVxigyBqrAoDtt7XdhcgWvD0OQsowdQzB0pbPIrJLNWNKB0goFTjUO340Cy/s200/242351742.jpg)
Hablemos ahora de los profesores. Dejando de lado el hecho de que, como en cualquier oficio, los hay apasionadamente vocacionales y mínimamente cumplidores y que proliferan estos últimos, a muchos de ellos no les satisface ni lo de antes ni lo de ahora. Anhelan un término medio, un punto de equilibrio que nadie ha logrado aplicar. Dos épocas distintas, dos modelos opuestos.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjnK-0IYyPHzkeQ5zgn-p0iqjKJI4yC9PsWrRGONjjoVPGsXeex-knItdEoqq-Lia6W-VY8hx3PG_9nqezbydnxV6rkYN-lhqI1EO6WWbZABZNbeNXiGPokWfkeNJipItAgTCCO4T7m7EtF/s320/EducaThyssen_5.jpg)
Por último, cabe recordar que la educación es un arte, no una tarea burocrática. Y, actualmente, la burocracia le ha ganado el terreno al arte de educar. Señores políticos, la educación no es ningún juego en el que cambiar las normas según convenga, empiecen a tomársela en serio.
Les recomiendo este vídeo
II Parte