
Frente a todo esto, se levanta una dura realidad: masificación, clases impartidas en barracones, miles de alumnos intentando recuperar en septiembre asignaturas pendientes en el tiempo récord de tres días, corrección apresurada de exámenes… Todo esto sin hablar del acoso, el fracaso en las notas o el absentismo, presentes en el día a día de los centros.

Por una parte, los partidos políticos utilizan el debate sobre la escuela para dar rienda suelta a la confrontación partidista. Es preciso que los políticos dejen de utilizar la escuela como campo de batalla, abandonen sus enfrentadas posiciones ideológicas sobre el modelo educativo a implantar y se centren en “salvar” consensuada y conjuntamente la enseñanza. Más que discutir sobre Religión o Humanidades, urge solucionar las deficiencias y atender a las carencias y necesidades de los centros educativos. La inversión pública en educación es insuficiente. Se trata de invertir más -allá donde hay mayores necesidades- y, sobre todo, de invertir mejor.
Por otra parte, la escuela ha de ser un instrumento de socialización del conocimiento. Pero la socialización de la enseñanza no puede entenderse como igualación a la baja -principalmente forzada en centros públicos- que estrangule el fomento de la excelencia. La escuela debe ser un lugar abonado para el mérito, la excelencia y el esfuerzo intelectual, no para un igualitarismo que recorta las potencialidades de los alumnos mejor dotados.

Hablemos ahora de los profesores. Dejando de lado el hecho de que, como en cualquier oficio, los hay apasionadamente vocacionales y mínimamente cumplidores y que proliferan estos últimos, a muchos de ellos no les satisface ni lo de antes ni lo de ahora. Anhelan un término medio, un punto de equilibrio que nadie ha logrado aplicar. Dos épocas distintas, dos modelos opuestos.

Por último, cabe recordar que la educación es un arte, no una tarea burocrática. Y, actualmente, la burocracia le ha ganado el terreno al arte de educar. Señores políticos, la educación no es ningún juego en el que cambiar las normas según convenga, empiecen a tomársela en serio.
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II Parte